lunes, 14 de junio de 2010

REAVIVAR EL FUEGO DEL AMOR


Alma que a todo un dios prisión a sido,
Venas que humor a tanto fuego han dado,
Medulas que han gloriosamente ardido,

Su cuerpo dejarán, no su cuidado,
Serán cenizas, mas tendran sentido,
Polvo serán, mas polvo enamorado.

Quevedo





La vida en pareja no es fácil.

Al comienzo, cuando nos conocemos y establecemos una relación amorosa todo nos hace pensar y sentir que desde ese momento y en adelante la vida será un idílico compartir sin conflictos. Luego, la realidad irrumpe violentamente en nuestro sueño en forma de compromisos familiares, horarios y ritmos de trabajo, responsabilidades afectivas y sociales, amistades y relaciones no compartidas, deseos contrapuestos…

De este choque entre realidad e ilusión es de donde puede surgir el verdadero amor, construido a partes iguales de pasión, compromiso e intimidad, renovado cada día en una constante adaptación a los cambios personales y vitales de cada uno.

Cuando la ceguera del enamoramiento pasa, entonces podemos comenzar a amar a la persona real con la que nos hemos vinculado, aceptando su realidad autentica, su totalidad, hecha de luz y de sombra, su evolución y sus crisis.

Poco a poco damos forma a la relación, definimos nuestros espacios comunes y personales, negociamos el manejo conjunto de las circunstancias y el reparto de tareas, roles y responsabilidades, encontramos una rutina diaria…

De todos los enemigos del amor la rutina es el mas insidioso y difícil de contraatacar. Rutina en el sentido de ese roce mínimo de labios que nos damos aun sin despertarnos del todo cada mañana, ese hasta luego que mascullamos desde la puerta, ese anodino encuentro para comer o cenar en un escenario domestico sin recrear, las conversaciones sobre los hechos y cuestiones del día a día en su aspecto más prosaico: las cuentas, la compra, los niños, el trabajo…

¡Que lejos del apasionado romance del comienzo, de las conversaciones intensas, intimas, del mimo con el que preparábamos el escenario de cada cita, de la expectación y el deseo con el que acudíamos a cada encuentro!

¿Y esto tiene que ser forzosamente así?

No. El amor duradero es posible; pero no sin esfuerzo. La voluntad es necesaria para oponerse a la rutina, para mantener vivos el deseo y el compromiso.

Quizás el beso rápido, la despedida apenas pronunciada, son inevitables consecuencias del madrugón indeseado… pero nada nos impide reservar un espacio para la relación, robar unos minutos o unas horas a esas circunstancias que parece que nos cercan y elegir un momento para la intimidad, para el deseo, para el encuentro. Si lo preservamos de comentarios banales, si no lo entregamos con facilidad a las presiones de las circunstancias, veremos que de nuevo, aunque de otro modo más consciente y realista, nos ilusiona la relación.

Lo que durante la etapa del enamoramiento surgía espontáneamente en la dinámica de la atracción hay que crearlo ahora desde la voluntad: preparar el escenario del encuentro, vestirnos para la seducción, cuidar los detalles, agradar al otro, orientar la atención hacia lo que nos une, encontrar otros lenguajes… De este placer de compartir de nuevo, de estos momentos de encuentro profundo, va a surgir un nuevo deseo, un nuevo impulso de estar cerca y atraer, un nuevo lenguaje de ternura…

Como si fuera un juego, se trata de mantener una actitud genuina, autentica, de atención al otro, sin permitir que la superficie de la vida se interponga e impida compartir la experiencia. En este encuentro profundo las energías se renuevan, nos sentimos otra vez ligados a nuestro origen, el vínculo se fortalece.

Por el contrario, sin estos espacios de encuentro la relación muere poco a poco, las energías se estancan, la experiencias no se profundizan, y un día nos encontramos viviendo una vida que no deseamos con un desconocido al que ya no nos liga el deseo ni el amor.

Resulta paradójico que siendo las relaciones afectivas, la pareja, algo que consideramos tan valioso y primordial, nos resulte tan dificil reflexionar sobre las causas del malestar que sufrimos en nuestras relaciones y encontrar tiempo para hacer algo para resolverlo. Puede que la idea romántica de que el amor es que llega y se apodera en vez de algo que tomamos y hacemos nuestro, se encuentre en la base de este fatalismo.

En el soneto que encabeza este artículo hubo una versión alternativa del primer verso que cito: "Alma a quien todo un dios prisión ha sido"… ¿Cuál es la versión que prefieres tu?

Yo me quedo con el alma que se apropia del deseo, de la pasión, del afecto y de la comunión y que se afirma hasta el punto de sobrevivirse y trascender su propia muerte. Desde ahí podemos tomar la responsabilidad de nuestra vida afectiva y obtener la plenitud de nuestro deseo.

Helena Guerra

El Masaje: una forma de comunicación en la pareja

En cada uno de nosotros coexisten tendencias opuestas, por un lado tendemos a la fusión, y por otro buscamos la independencia; por un lado deseamos relaciones no competitivas, basadas en la cooperación, y por otro tendemos a situarnos en una relación de poder en la que quien no domina es dominado; por un lado deseamos ser amados en nuestra verdad mas autentica, con nuestra luz y nuestra sombra, nuestra virtud y nuestra carencia, y por otro tememos mostrarnos sin máscara, tal como realmente somos.

En una relación de pareja, donde la intensidad de los sentimientos es mayor y mayor es también la asiduidad y la cercanía de la convivencia, estas contradicciones se producen con mas fuerza, generando tensiones y dificultades de comunicación.



Qué puede aportar el masaje

Una experiencia nueva, como el masaje, ofrece un espacio virgen para recuperar una comunicación autentica y profunda, evitando que se reproduzcan las dinámicas y los mecanismos automáticos de defensa ya reforzados por la costumbre.

La sesión de masaje se realiza en dos tiempos, en cada uno de los cuales hay una persona que da y otra que recibe. Esto nos permite hacernos conscientes de nuestras sensaciones, capacidades y limitaciones al dar y al recibir. De aquí surge una relación equilibrada en la que hay cuidado mutuo y no codependencia.

El masaje aviva la sensibilidad de la piel y del cuerpo, ampliando el grado de placer que nos permitimos disfrutar y desligando el erotismo de la sexualidad genital. Compartir la búsqueda de un placer más intenso es una aventura que genera alegría y unión.

El masaje se realiza en silencio, por lo que evitamos los malentendidos derivados de la interpretación de las palabras, cambiamos el lenguaje confuso de la mente por la inmediatez de nuestros sentimientos y emociones.

Tras cada tensión física hay una tensión emocional, un esfuerzo excesivo o inútil, un objetivo que no responde realmente a un deseo profundo, una frustración, un miedo…. Estas tensiones forman una autentica armadura en nuestro cuerpo, bloqueando sentimientos, deseos, impulsos y energía. Cuando el encuentro entre dos personas se produce desde esta coraza los malentendidos, disputas y rencores se acumulan.

Mediante el masaje estas tensiones se van haciendo conscientes y, si, con suavidad y dulzura, las vamos aceptando y acompañando, dándoles un espacio en el que manifestarse y reconocerse, se van a ir disolviendo, permitiendo que afloren los verdaderos deseos y necesidades ocultos y liberando la fuerza y la creatividad aprisionadas.

A medida que somos más conscientes de nosotros mismos y de nuestro deseo profundo, vamos siendo a la vez más fuertes y más vulnerables, nos sentimos más libres y más independientes. Esta libertad se va extendiendo a todas las áreas de nuestra vida, permitiéndonos vivir centrados en nosotros mismos y relacionarnos desde la libertad y el deseo. El agradecimiento que cada uno siente hacia el otro por ese tiempo de atención dedicado a él, y por este fruto de libertad y respeto, va generando un nuevo vínculo positivo.



Cómo realizarlo

Todos tenemos la capacidad innata de tocar a otro con afecto e interés. Los miedos a no saber qué hacer o si lo estoy haciendo bien pueden disolverse fácilmente afrontando el reto de ponerse a ello. El único requisito es permanecer centrado, consciente de tus sensaciones e impulsos y atento, con la totalidad de tu ser, al acto del masaje: dos personas y un encuentro que se produce entre ellas a través de la piel.

Para dar un masaje a tu compañer@ necesitas un espacio cálido en el que quien recibe pueda estar tumbado sobre una superficie dura alrededor de la cual tu puedas desplazarte con libertad de movimientos. La cama no está indicada, pero sí la alfombra del salón. También necesitarás aceite (de almendras, para niños, o cualquier otro destinado a masaje), quizás leche o crema corporal (para las zonas con mas vello), una sabana, cojines y toallas.

Antes del masaje podéis compartir un baño o una ducha muy espumosa y comenzar el masaje enjabonandoos mutuamente y friccionandoos con la toalla.

Ya en el lugar que hayáis elegido para el masaje la persona que va a recibirlo en primer lugar se abandona a los cuidados del otro, sin intentar hacer nada por si misma, permitiéndose sentir, explorar y gozar todas las sensaciones, tanto físicas (nerviosismo, cosquillas, placer, tensión, excitación, …) como emocionales (recuerdos, llanto, inquietud, agradecimiento, amor,...) que se produzcan en esta experiencia de ser cuidado y atendido y de ser tocado.

Antes de iniciar el masaje acomodamos a nuestro compañer@ de forma que repose sobre una capa blanda (alfombra, manta doblada, colchoneta fina…..) cubierta con una sabana. La espalda, la cabeza y las piernas deben estar correctamente alineadas y los brazos y las piernas ligeramente abiertos y extendidos. Si es necesario se pueden poner cojines bajo la cabeza, las rodillas o los empeines. Si la temperatura no es muy cálida podemos cubrirle con una toalla grande.

Dedicamos unos minutos a centrarnos, respirando profundamente y dejando pasar cualquier pensamiento que nos distraiga de la realidad presente. El trabajo, los hijos, la falta de tiempo para otras cosas, las preocupaciones cotidianas, quedan apartados durante este tiempo dedicado a la pareja.

Cuando sientas que estas centrado y que el deseo de comenzar con total dedicación es intenso permite tomar conciencia de esta sensación y sin perderla observa la temperatura de tus manos: para dar el masaje es necesario que estén calientes. Si es necesario fricciona tus manos o caliéntalas con agua, luego sitúate a los pies de tu compañer@ y retira la toalla deslizándola sobre su cuerpo hacia ti.

A continuación, simplemente, acerca tus manos a los tobillos de tu compañer@ hasta que puedas sentir el calor que su cuerpo desprende. Detente ahí y observa su respiración, cuando lo desees, manteniendo esta proximidad al cuerpo de tu compañer@, empapa tus manos de aceite y comienza a extenderlo cubriendo todo su cuerpo, desde los pies a la nuca y a las manos con amplios pases circulares o con un pase largo longitudinal.

Ahora, simplemente, déjate llevar. Explora el cuerpo de tu compañer@, sus formas, sus curvas, los músculos, las distintas zonas. Observa su respiración, las temperaturas de su cuerpo, las diferentes texturas de la piel, sus reacciones a tus caricias. No juzgues, no intentes interpretar, deja que tu cuerpo conozca ese cuerpo que estas tocando, directamente, de piel a piel.

Aquí pueden introducirse gran variedad de pases específicos para relajar, estimular y canalizar la energía sexual, erotizar la piel, vitalizar…Podemos también observar los efectos que percibimos en respuesta a los distintos ritmos, presiones, roces, etc..

Cuando termines el masaje de esta parte pídele que se de la vuelta y haz lo mismo con el otro lado. Para finalizar, cúbrele con una toalla (mejor si la has calentado previamente) y arrópale de la cabeza a los pies amoldando la toalla a su cuerpo. Déjale reposar así unos minutos. Después sécale vigorosamente de los pies a la cabeza.

Cuando ambos estéis dispuestos intercambiad los papeles.

Finalmente, si lo deseáis podéis comentar la experiencia, aunque tal vez, después de esta comunicación sin palabras, sólo deseéis expresaros el agradecimiento y el amor a través de la mirada y permanecer el uno junto al otro en este nuevo silencio.


Helena Guerra

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