De un tiempo a esta parte vengo observando que los padres y
madres de mi alrededor están convencidos de que sus hijos e hijas son malísimos
y, lo que es peor, se afanan incansablemente en hacérselo saber. Comentarios como
“¿Otra vez te has manchado? ¡Hay que ver que malo eres, no te dura nada
limpio!” o “¡Vuelve a poner eso en un su sitio! ¡Qué niña más mala!” Y así una
infinidad de ejemplos y situaciones que terminan demonizando a los niños y dejándoles bien
claro su condición maléfica. Pero, ¿son realmente malos estos pequeños humanos
recién llegados al mundo? ¿Tienen intención de dañar, manchar, descolocar o
romper para sacar a sus padres de quicio? ¿Se pasan las noches maquinando cómo
hacerles la vida imposible? Si sus padres piensan realmente así es que no han
visto “La profecía” y no conocen a Damien y sus “travesuras”.
Bromas aparte, estoy convencida de que no piensan reamente
así, pero es un tipo de comentario que viene inscrito en ese pequeño ADN de
padres que llevamos todos dentro. Este es el que nuestros padres nos dieron
durante nuestra infancia a base de regañinas, castigos, consejos, advertencias…
Muchos no han conocido otra forma de educar que la que tuvieron sus padres y la
usan como buenamente pueden pues es lo más parecido que tenemos a ese famoso
“libro de instrucciones” que todo recién llegado a la paternidad reclama. Pero
¿realmente son efectivas este tipo de sentencias? Vamos a reflexionar
detenidamente sobre ello.
En primer lugar, si calificamos al niño de “malo” nos estamos
refiriendo a su persona, es decir, aprende que un rasgo característico de su
personalidad es ser malo. Como ese es su papel y es lo que lo define y lo
distingue de otros, no tiene por qué, y lo que es peor, cómo cambiarlo. “Yo soy
así y así seguiré, nunca cambiaré” que decía Alaska. Por lo tanto estamos cayendo
en la profecía autocumplida: cuanto más le repitamos que es malo más se
convencerá de que lo es y que, por tanto, lo que todo el mundo espera de él es
que se porte mal. Por supuesto, a nadie le gusta defraudar a su público así que
el niño cumple con su papel de malo de la película.
¿Qué se debe hacer entonces? Pues en vez de referirnos a su
persona deberemos calificar sus conductas. Es decir, en vez de decirle que qué
malo es por empujar a su primo, será mejor que le digamos que empujar no está
bien porque le ha hecho daño a su primo y que no debe repetirlo. Así le estamos
dando la oportunidad de corregir su conducta y de aprender. El niño lo
asimilará como un error puntual y no como algo propio de su carácter.
Muchas veces podemos evitar que se den este tipo de situaciones si les exponemos claramente lo que se espera de ellos en cada contexto. Se deben evitar expresiones como “Hoy hay que portarse muy bien, que viene la abuela”. ¿Qué es portarse bien o mal? Nosotros lo sabemos tras años de entrenamiento social pero ellos son unos recién llegados, no conocen los protocolos de comportamiento en cada situación. Además, no es lo mismo portarse bien en el parque, que en la biblioteca o en casa de los abuelos. Será mucho más sencillo y educativo para ellos si antes les explicamos cual va a ser la situación y cómo se debe comportar: “Hoy vamos a ir a la biblioteca. Allí va la gente a leer libros y a estudiar. Para no molestarles tenemos que estar en silencio y no hacer ruido”. Seguramente no lo consiga a la primera, como casi todo el mundo cuando aprende algo, pero será cuestión de tiempo y práctica.
Otro aspecto que debemos evitar es el de criminalizar los
errores. Son unas oportunidades de
aprendizaje excelentes que debemos
aprovechar. Con un “Qué mal te has portado” no conseguimos gran cosa a parte de
dejar a los niños confusos preguntándose qué han hecho mal. Hay que darles la
oportunidad de reflexionar sobre lo que han hecho, qué consecuencias ha tenido
y cómo hacerlo mejor la próxima vez.
Voy a ilustrar esto con el suceso que me empujó a escribir
esta entrada: estaba en el supermercado esperando mi turno para comprar la
carne. Junto a mi había una madre con un niño de unos 3-4 años esperando
también. Para hacerle la espera más llevadera la madre le compró al niño un
bote de Lacasitos. El niño se apresuró a intentar abrirlo pero se ve que la
tapadera requería más fuerza de la que él pensó en principio. Volvió a probar
con más fuerza, lo que surtió efecto, pero tal vez no el esperado porque la
tapadera cedió rápidamente haciendo que los Lacasitos salieran volando y
aterrizaran en el suelo. Os podéis imaginar la cara de pasmo del niño al ver
que había perdido su botín. Todavía estaba preguntándose qué había hecho mal
cuando su madre empezó a recriminarle “¡Pero bueno! ¿Ya los has tirado todos
al suelo? Pues te has quedado sin ellos ¿Pero cómo eres tan malo?” Por
supuesto, la reacción del niño fue mirarla con incredulidad y ponerse a llorar
a moco tendido. Además de quedar confuso porque no supo que había fallado en su
intentona y de darse cuenta de que ya no podría comer chocolate, tuvo que
aguantar como su madre le humillaba públicamente y le llamaba malo por intentar
abrir el sólo un bote como los mayores… En mi opinión, habría sido más
instructivo si la madre le hubiera dicho: Vaya, se te han caído. ¿Qué ha
pasado? ¿Lo has abierto con demasiada fuerza? Bueno, ya sabes que la próxima
vez tienes que hacerlo más despacio. Vamos a recogerlos y a tirarlos a la
basura para que no se caiga nadie.
Lo que quiero hacer ver con todo esto es que muchas veces las
conductas de los niños no tienen la intencionalidad que nosotros les
atribuimos. Son pequeños aprendices de todo. Constantemente intentan subirse a
sitios peligrosos, coger cosas que se pueden romper, manipular objetos y
sustancias más o menos peligrosas o pringosas, etc., pero porque constantemente
están aprendiendo: esto está duro, esto quema, esto está demasiado alto, aquí
no se grita, esto me hace daño. Si cortamos su curiosidad y su capacidad de
investigación tachándolo de maldad, sólo conseguiremos niños frustrados que se
creen malos y que creen que probar cosas nuevas está mal. ¿Esto conduce a un
adulto creativo, dispuesto a reinventarse y a explorar nuevos caminos que exige
la sociedad actual? Lo dudo mucho.
Protejamos la autoestima de los niños sacando de nuestro vocabulario
el “qué malo eres”, dándoles las pautas de actuación adecuadas para cada
situación y aprovechando los errores para aprender. Nos ahorraremos regañinas y
repeticiones innecesarias si en vez de tratar que los niños adivinen por
ensayo-error lo que es portarse bien y portarse mal, les ayudamos a comprender
qué sucede a su alrededor y porqué.
Laura García Prieto: Maestra de Educación Primaria, Psicopedagoga y Experta Universitaria en Diagnóstico y Educación de alumnos con Altas Capacidades.