lunes, 14 de junio de 2010

Afrontar el estrés


¿Quién, cuando se ve sometido a un exceso de actividad o de presiones, no acaba haciendo una pausa para… tomar un analgésico? ¿No sería mejor detenerse simplemente para bajar el ritmo y priorizar las demandas?

Muchas veces la persona no es consciente de su situación de “vivir al límite”, pero esta tensión va dejando huella en nuestra capacidad de disfrutar el día a día. Sea que la vida nos someta realmente a grandes exigencias y nos imponga un ritmo acelerado, sea que nosotros mismos nos hayamos creado un conjunto desmedido de obligaciones, sea que nos sintamos presionados por el entorno para hacer esto o aquello, no es raro que en ese torbellino nos sintamos zarandeados, irritados, bloqueados o desbordados: sufrimos ESTRÉS.


Podemos no darnos mucha cuenta de la presión a la que estamos sometidos, pero igualmente el organismo percibe esta situación como una amenaza a su estabilidad y sus recursos y desencadena por sí solo una respuesta fisiológica automática: alteraciones hormonales y depresión del sistema inmunitario, modificaciones en el foco de atención, pérdida de memoria, inestabilidad emocional, trastornos del sueño, disminución del deseo y la actividad sexual… Estos cambios pueden provocar o recrudecer muchas enfermedades (tradicionalmente se han considerado enfermedades debidas al estrés: gastritis, colitis ulcerosas, síndrome del intestino irritable, ulceras pépticas, hipertensión, asma, artritis reumatoide (AR), migrañas, ansiedad y depresión; en la actualidad se estudia su relación con otros muchos trastornos, y especialmente con las enfermedades autoinmunes) y llegar a desembocar en el cese de las funciones vitales.

El estrés supone además una profunda afectación de la vida afectiva, familiar y social. Entre sus síntomas psíquicos se encuentran irritación, rabia y sensación de hostilidad. Nos sentimos amenazados y por ello evaluamos como amenaza todo cuanto nos rodea: hipercríticos, hipersensibles, desconfiamos. Otras veces el temor se manifiesta como bloqueo: nos paraliza la sensación de impotencia y no vemos la manera de salir de ahí; finalmente acabamos aislados y distanciados de quienes podrían darnos su apoyo. En definitiva, nos encontramos perdidos y desorientados, sin capacidad para aprovechar nuestra energía y satisfacer nuestras necesidades.


En una situación de estrés podemos actuar sobre la respuesta del organismo, con técnicas de relajación física y mental; sobre el estado emocional, favoreciendo la expresión controlada de la emoción y experiencias satisfactorias equilibradoras; sobre la evaluación cognitiva de los factores estresores, revisando ideas irracionales, valorando con realismo nuestras capacidades y las experiencias de éxito, desarrollando respuestas creativas y desacondicionando respuestas automáticas que provienen de la infancia; sobre la situación, cambiándola, evitándola, buscando apoyo externo, entrenando destrezas y capacidades para afrontarla…


Pero también podemos actuar preventivamente: aprendiendo e incluyendo en la vida diaria técnicas de relajación, visualización, meditación, autocontrol… que nos permitan entrar en contacto con nuestras sensaciones y emociones, con nuestras necesidades, deseos e ilusiones y mantener el control sobre las presiones del entorno y las falsas exigencias internas; entrenándonos para evaluar en cada momento la importancia de “lo que hay que hacer” sin olvidar nunca nuestra necesidad de placer y descanso; aprendiendo a reconocer nuestros limites y a buscar y aceptar ayuda y apoyo; despertando nuestra imaginación y creatividad para encontrar nuevas soluciones…

Una vez que se aprenden las técnicas y se adquiere el hábito de practicarlas bastan unos minutos al día para mantenerse centrado y sereno, para asimilar las experiencias del día… Después la mente permanece atenta para evaluar en cada momento prioridades, necesidades y urgencia…, para detectar señales de alarma y para recordarnos que nuestro bienestar también cuenta. Y en los momentos de crisis podemos hacer acopio de esta experiencia para mantener nuestro autodominio, para actuar reflexivamente sin aturdirnos, para transformar el dolor en una oportunidad de crecimiento.

En definitiva, el hábito de parar unos minutos al día con regularidad es la mejor garantía de una vida saludable y feliz y de unas buenas relaciones afectivas: la salud, la felicidad y el amor comienzan por la paz en la mente y en el corazón.


Helena Guerra

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