Hace pocos meses, Helena Guerra, me propuso en un mensaje a través de
Facebook si me apetecía facilitar un taller de relaciones afectivas y de pareja
junto con ella en Cáceres. Di un respingo en la silla al leer su propuesta, por
inesperada, por atractiva y también porque acababa de terminar una relación de
pareja hacía poco más de un mes y era un tema que me tenía especialmente
sensibilizado. Con todo, no lo dudé mucho y dije que sí. Esto no es nuevo, soy
impetuoso -tal como me ha recordado un amigo hoy durante una comida- y
reconozco el papel fundamental que juegan los impulsos y, sobre todo, las
emociones en mi vida.
Las emociones nos sirven de brújula para no perder de vista nuestras
necesidades y detectar lo que nos
satisface y nos hiere, acercando o alejándonos de los demás, creando y
fortaleciendo vínculos o construyendo barreras y defensas. Pero no siempre las
emociones obedecen a lo que sucede realmente y nos alertan de situaciones que
no entrañan riesgos reales. Reconozco este bloqueo o desconexión con mis emociones y mis necesidades reales como los precipitadores del
fin de muchas de mis relaciones, especialmente las más íntimas, las relaciones
de pareja.
Creo que al igual que yo, cualquiera puede ser más o menos consciente de
esto, pero lo que habitualmente hacemos es buscar soluciones que poco tienen
que ver con las verdaderas raíces del problema. Así, creyendo firmemente que tenemos
respuestas objetivas fuera de nosotros, perfeccionamos nuestro arte amatorio,
nos retiramos o nos convencemos que con cambiar de persona será diferente
olvidándonos que somos sujetos que, como sostienen los existencialistas, bajo
circunstancias favorables, podemos percibir la realidad externa y además, somos
una consciencia que participa de la construcción de la realidad. Heidegger se
refería al ser humano como el hombre que está ahí, un objeto que forma parte
del mundo y al mismo tiempo lo constituye. Cada uno de nosotros construimos
nuestro propio mundo.
De no poner consciencia a esto, nos viviremos estancados emocionalmente y
recrearemos experiencias similares una y otra vez, atrayendo a personas o
situaciones que provocan nuestra desconfianza y retroalimentan nuestras propias
creencias limitantes.
¿Qué nos lleva a repetir patrones que desembocan en
relaciones conflictivas o desdichadas? ¿Qué es lo que hace que tratemos de
llenar nuestras carencias con alguien, nos hace sentir dependientes, o su
reverso, nos impulsa a no crear lazos profundos de amor e intimidad? A mi
parecer, la respuesta está en lo que los entendidos han acordado llamar codependencia.
Ésta es una herida en nuestra esencia que nos causa dolor y frustración en las
relaciones, nos impide apreciarnos y querernos tal como somos, escuchar nuestro
interior y confiar, afectando a nuestra autoestima y creatividad.
Si profundizamos en su origen es
fácil que nos topemos con experiencias no integradas de nuestra infancia que de
adultos proyectamos inconscientemente en la pareja, en los amigos y en las
figuras de autoridad. Experiencias pasadas que nos marcaron y que condicionan
negativamente nuestro presente en forma de miedos, bloqueos, corazas,
resentimiento, sentimientos de incomprensión, vergüenza o abandono.
Cuando nacemos recibimos la vida y el amor a través de
nuestros padres. Si como podemos sentir agradecimiento hacia nuestros padres,
estamos conectados a la vida y el amor fluye naturalmente a través de nosotros.
Nos sentimos más enraizados, libres y confiados para desarrollarnos y
expandirnos. Pero a veces, esa conexión con la madre y/o el padre se interrumpe
o se bloquea a una temprana edad y eso impide que el amor pueda seguir fluyendo
y nutriendo nuestra vida. Entonces sentimos una gran necesidad de amor que
buscaremos a través de relaciones de pareja, amantes u otros substitutos que
nos llenen ese vacío. Sin embargo, la desconexión con nuestras propias raíces
imposibilitará que podamos establecer una relación de pareja estable y
duradera.
Algunos de nosotros hemos sido tantas veces invadidos
que cuando nos invaden nos parece normal, y tampoco reconocemos cuando
invadimos a los demás. A veces incluso invitamos a que nos invadan porque
creemos que así conseguiremos el amor que necesitamos. O, al contrario, nos
hemos protegido tanto que hemos creado una coraza que nos impide intimar.
Hace tan solo una semana tuve el privilegio de
participar en un grupo terapéutico sobre las figuras parentales. Cuando yo fui
paciente –o cliente- ya lo experimenté un par de veces –y aún volvería a
participar una vez más- pero en esta ocasión acompañé a los terapeutas,
pudiendo ver desde “el otro lado” cómo el dolor en la relación con nuestros
padres nos dificulta crecer y separarnos
de ellos. No es distancia física, es que solo maduramos y podemos separarnos de
nuestros padres cuando somos capaces de recibir lo que nos han dado con
agradecimiento. El resentimiento nos mantiene alejados y al mismo tiempo atado
a ellos, nos debilita e impide estar realmente disponible para una relación de
pareja. Se trata, por tanto, de sanar el vínculo que nos une a los padres para
que la confianza y el amor puedan volver a fluir a través de nosotros y
abrirnos a una relación de pareja, o mejorar la que ya tenemos. Y aprenderemos
a reconocer y abordar la herida de abandono, la causa principal de la
codependencia.
Me doy cuenta también que esto me ha sucedido en mi relación
con la expareja, cuando no he podido completar y/o cerrar la relación que
termina para poder abrirme de nuevo al
amor, dejándome una sensación de
abandono, amargura y dolor que me empujaba
a repetir una y otra vez dolorosas experiencias con la misma persona. De aquí,
lo señalo ahora, la importancia de
completar y sanar la relación con los padres y con las personas que hemos compartido
experiencias vitales.
No podemos olvidar que detrás del adulto que somos tenemos
una base emocional muy vulnerable y sensible marcada por las experiencias
traumáticas de nuestra infancia. En nuestra vida cotidiana de adultos, el niño
o niña que fuimos, percibe y interactúa
con el mundo que le rodea dirigiendo inconscientemente nuestras emociones y
nuestro comportamiento. El desconocimiento, la negación o la minimización de
nuestra base emocional herida hace que atraigamos personas o circunstancias que
no colman nuestras necesidades, que a menudo nos sintamos rechazados o traicionados,
que desarrollemos relaciones que generan dependencia, desconfianza,
resentimiento, sentimientos de culpa o impotencia. O que tratemos de aliviar
nuestra frustración o inseguridad con comportamientos adictivos, encerrándonos
en nuestro propio mundo, refugiándonos tras una coraza que aumenta la sensación
de soledad o vacío.
Estos patrones los repetimos una y otra vez hasta
sentirnos impotentes y culpabilizar al otro. Adoptamos actitudes donde
pretendemos ser algo que no somos, disfrazándonos de falsa seguridad como si
nada nos afectase, aunque en nuestro interior sintamos miedo, dolor o necesidad
o autodesvalorizándonos –sintiéndonos indignados o avergonzados-. Y esto desde luego
que no nos ayuda, por el contrario, nos impide evolucionar, nos aleja de nosotros
mismos y de los demás, cerrando las puertas de nuestro corazón, la única posibilidad
de ser auténticos, de sentirnos queridos y aceptados por ser quién somos
realmente.
¿Cómo podemos querernos cuando no nos sentimos bien
con nosotros mismos? ¿Cómo abandonar este sentimiento y romper con un patrón
que no nos hace sentir bien para poder amar y ser amado? ¿Cómo transformar el
autorechazo en amor y autoaceptación? Muchas veces me he preguntado por qué
después de haber hecho tanto para demostrar mi valía me siento insuficiente,
inadecuado o no merecedor de dar o recibir amor.
Obviando, por perniciosas, las huidas hacia delante:
adición al trabajo, búsqueda de reconocimiento, hiperactividad o promiscuidad
como forma de compensación, solo encuentro al juez Interior como el responsable
de este impedimento de ser auténticos, relajarnos y fluir con la vida. A pesar
de nuestro esfuerzo por ser racionales y positivos, ante ciertas personas o
situaciones se despiertan en nosotros viejos miedos e inseguridades que nos
desbordan, sentimientos de desvalorización que nos sabotean o empequeñecen,
voces interiores que nos juzgan, haciéndonos sentir incapaces, culpables o
defectuosos, alimentando la autocrítica destructiva, el miedo al rechazo y la
sensación de que no merecemos, de que nunca conseguiremos aquello que queremos
o necesitamos.
Aprender a amar es aprender a confiar de nuevo. Para comprender y deshacer los
patrones que están impidiendo que fluya el amor tenemos que entrar en contacto
con esa parte interior vulnerable y sensible que no recibió suficiente amor
–que nunca se siente suficientemente amada–, que desconfía del otro porque para
recibir un poco de amor tuvo que traicionarse, ser o hacer lo que otros
esperaban. O decidió aislarse y prescindir del amor y la intimidad por temor a
sentirse otra vez invadida, sofocada o anulada.
No veo otro camino que la exploración y autodescubrimiento para poder
vivir individualmente o junto a tu
pareja, la apertura al amor aumentando la confianza y la autoestima. Aprender a
escucharnos y expresar nuestras emociones y necesidades, a respetarnos, a
identificar y poner límites y a crear cercanía e intimidad. Encontrar el camino
para recuperar la conexión con nuestra energía vital eliminando viejas barreras
de experiencias pasadas que ya no tienen ninguna utilidad.
José Antonio Prieto
No hay comentarios:
Publicar un comentario