miércoles, 14 de noviembre de 2012

LAS RAICES DEL AMOR




Hace pocos meses, Helena Guerra, me propuso en un mensaje a través de Facebook si me apetecía facilitar un taller de relaciones afectivas y de pareja junto con ella en Cáceres. Di un respingo en la silla al leer su propuesta, por inesperada, por atractiva y también porque acababa de terminar una relación de pareja hacía poco más de un mes y era un tema que me tenía especialmente sensibilizado. Con todo, no lo dudé mucho y dije que sí. Esto no es nuevo, soy impetuoso -tal como me ha recordado un amigo hoy durante una comida- y reconozco el papel fundamental que juegan los impulsos y, sobre todo, las emociones en mi vida.
Las emociones nos sirven de brújula para no perder de vista nuestras necesidades y  detectar lo que nos satisface y nos hiere, acercando o alejándonos de los demás, creando y fortaleciendo vínculos o construyendo barreras y defensas. Pero no siempre las emociones obedecen a lo que sucede realmente y nos alertan de situaciones que no entrañan riesgos reales. Reconozco este  bloqueo o desconexión con mis  emociones y mis  necesidades reales como los precipitadores del fin de muchas de mis relaciones, especialmente las más íntimas, las relaciones de pareja.
Creo que al igual que yo, cualquiera puede ser más o menos consciente de esto, pero lo que habitualmente hacemos es buscar soluciones que poco tienen que ver con las verdaderas raíces del problema.  Así, creyendo firmemente que tenemos respuestas objetivas fuera de nosotros, perfeccionamos nuestro arte amatorio, nos retiramos o nos convencemos que con cambiar de persona será diferente olvidándonos que somos sujetos que, como sostienen los existencialistas, bajo circunstancias favorables, podemos percibir la realidad externa y además, somos una consciencia que participa de la construcción de la realidad. Heidegger se refería al ser humano como el hombre que está ahí, un objeto que forma parte del mundo y al mismo tiempo lo constituye. Cada uno de nosotros construimos nuestro propio mundo.
De no poner consciencia a esto, nos viviremos estancados emocionalmente y recrearemos experiencias similares una y otra vez, atrayendo a personas o situaciones que provocan nuestra desconfianza y retroalimentan nuestras propias creencias limitantes.
¿Qué nos lleva a repetir patrones que desembocan en relaciones conflictivas o desdichadas? ¿Qué es lo que hace que tratemos de llenar nuestras carencias con alguien, nos hace sentir dependientes, o su reverso, nos impulsa a no crear lazos profundos de amor e intimidad? A mi parecer, la respuesta está en lo que los entendidos han acordado llamar codependencia. Ésta es una herida en nuestra esencia que nos causa dolor y frustración en las relaciones, nos impide apreciarnos y querernos tal como somos, escuchar nuestro interior y confiar, afectando a nuestra autoestima y creatividad.
Si profundizamos en su origen es fácil que nos topemos con experiencias no integradas de nuestra infancia que de adultos proyectamos inconscientemente en la pareja, en los amigos y en las figuras de autoridad. Experiencias pasadas que nos marcaron y que condicionan negativamente nuestro presente en forma de miedos, bloqueos, corazas, resentimiento, sentimientos de incomprensión, vergüenza o abandono.
Cuando nacemos recibimos la vida y el amor a través de nuestros padres. Si como podemos sentir agradecimiento hacia nuestros padres, estamos conectados a la vida y el amor fluye naturalmente a través de nosotros. Nos sentimos más enraizados, libres y confiados para desarrollarnos y expandirnos. Pero a veces, esa conexión con la madre y/o el padre se interrumpe o se bloquea a una temprana edad y eso impide que el amor pueda seguir fluyendo y nutriendo nuestra vida. Entonces sentimos una gran necesidad de amor que buscaremos a través de relaciones de pareja, amantes u otros substitutos que nos llenen ese vacío. Sin embargo, la desconexión con nuestras propias raíces imposibilitará que podamos establecer una relación de pareja estable y duradera.
Algunos de nosotros hemos sido tantas veces invadidos que cuando nos invaden nos parece normal, y tampoco reconocemos cuando invadimos a los demás. A veces incluso invitamos a que nos invadan porque creemos que así conseguiremos el amor que necesitamos. O, al contrario, nos hemos protegido tanto que hemos creado una coraza que nos impide intimar.
Hace tan solo una semana tuve el privilegio de participar en un grupo terapéutico sobre las figuras parentales. Cuando yo fui paciente –o cliente- ya lo experimenté un par de veces –y aún volvería a participar una vez más- pero en esta ocasión acompañé a los terapeutas, pudiendo ver desde “el otro lado” cómo el dolor en la relación con nuestros padres nos dificulta  crecer y separarnos de ellos. No es distancia física, es que solo maduramos y podemos separarnos de nuestros padres cuando somos capaces de recibir lo que nos han dado con agradecimiento. El resentimiento nos mantiene alejados y al mismo tiempo atado a ellos, nos debilita e impide estar realmente disponible para una relación de pareja. Se trata, por tanto, de sanar el vínculo que nos une a los padres para que la confianza y el amor puedan volver a fluir a través de nosotros y abrirnos a una relación de pareja, o mejorar la que ya tenemos. Y aprenderemos a reconocer y abordar la herida de abandono, la causa principal de la codependencia.
Me doy cuenta también que esto me ha sucedido en mi relación con la expareja, cuando no he podido completar y/o cerrar la relación que termina para poder abrirme  de nuevo al amor, dejándome  una sensación de abandono, amargura y dolor que me  empujaba a repetir una y otra vez dolorosas experiencias con la misma persona. De aquí, lo señalo ahora,  la importancia de completar y sanar la relación con los padres y con las personas que hemos compartido experiencias vitales.
No podemos olvidar que detrás del adulto que somos tenemos una base emocional muy vulnerable y sensible marcada por las experiencias traumáticas de nuestra infancia. En nuestra vida cotidiana de adultos, el niño o niña que fuimos,  percibe y interactúa con el mundo que le rodea dirigiendo inconscientemente nuestras emociones y nuestro comportamiento. El desconocimiento, la negación o la minimización de nuestra base emocional herida hace que atraigamos personas o circunstancias que no colman nuestras necesidades, que a menudo nos sintamos rechazados o traicionados, que desarrollemos relaciones que generan dependencia, desconfianza, resentimiento, sentimientos de culpa o impotencia. O que tratemos de aliviar nuestra frustración o inseguridad con comportamientos adictivos, encerrándonos en nuestro propio mundo, refugiándonos tras una coraza que aumenta la sensación de soledad o vacío.
Estos patrones los repetimos una y otra vez hasta sentirnos impotentes y culpabilizar al otro. Adoptamos actitudes donde pretendemos ser algo que no somos, disfrazándonos de falsa seguridad como si nada nos afectase, aunque en nuestro interior sintamos miedo, dolor o necesidad o autodesvalorizándonos  –sintiéndonos  indignados o avergonzados-. Y esto desde luego que no nos ayuda, por el contrario, nos impide evolucionar, nos aleja de nosotros mismos y de los demás, cerrando las puertas de nuestro corazón, la única posibilidad de ser auténticos, de sentirnos queridos y aceptados por ser quién somos realmente.
¿Cómo podemos querernos cuando no nos sentimos bien con nosotros mismos? ¿Cómo abandonar este sentimiento y romper con un patrón que no nos hace sentir bien para poder amar y ser amado? ¿Cómo transformar el autorechazo en amor y autoaceptación? Muchas veces me he preguntado por qué después de haber hecho tanto para demostrar mi valía me siento insuficiente, inadecuado o no merecedor de dar o recibir amor. 
Obviando, por perniciosas, las huidas hacia delante: adición al trabajo, búsqueda de reconocimiento, hiperactividad o promiscuidad como forma de compensación, solo encuentro al juez Interior como el responsable de este impedimento de ser auténticos, relajarnos y fluir con la vida. A pesar de nuestro esfuerzo por ser racionales y positivos, ante ciertas personas o situaciones se despiertan en nosotros viejos miedos e inseguridades que nos desbordan, sentimientos de desvalorización que nos sabotean o empequeñecen, voces interiores que nos juzgan, haciéndonos sentir incapaces, culpables o defectuosos, alimentando la autocrítica destructiva, el miedo al rechazo y la sensación de que no merecemos, de que nunca conseguiremos aquello que queremos o necesitamos.
Aprender a amar es aprender a confiar de nuevo. Para comprender y deshacer los patrones que están impidiendo que fluya el amor tenemos que entrar en contacto con esa parte interior vulnerable y sensible que no recibió suficiente amor –que nunca se siente suficientemente amada–, que desconfía del otro porque para recibir un poco de amor tuvo que traicionarse, ser o hacer lo que otros esperaban. O decidió aislarse y prescindir del amor y la intimidad por temor a sentirse otra vez invadida, sofocada o anulada.
No veo otro camino que la  exploración y autodescubrimiento para poder vivir  individualmente o junto a tu pareja, la apertura al amor aumentando la confianza y la autoestima. Aprender a escucharnos y expresar nuestras emociones y necesidades, a respetarnos, a identificar y poner límites y a crear cercanía e intimidad. Encontrar el camino para recuperar la conexión con nuestra energía vital eliminando viejas barreras de experiencias pasadas que ya no tienen ninguna utilidad. 

José Antonio Prieto 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

MOVERSE EN ESTE BLOG